Sonidos Del Ayer; Helms Alee – «Noctiluca» (2019)
Alternative Rock / Grunge
(Sargent House)
Helms Alee son siempre un eco distante, hermoso y complicado, el paralelismo que llevan con el océano, extendiéndose a través de capas y capas de su sonido a la deriva. Es esa relación entre lo desconocido y la eterna intriga que hacen que discos como “Noctiluca” puedan ser experimentados desde diferentes estados de ánimo para concluir siempre en el mismo.
“Interachnid” comienza el disco con un sonido puramente Helms. Ecos de altamar mientras el bajo, lanudo de fuzz y pesado de overdrive, cae con fuerza. Las atípicas melodías vocales conducen el tema a través de varios pasajes a un final puramente Zeppelin en el que demuestran que siempre van un paso por delante de lo que esperas de ellos. “Beat Up” nos guía hacia los fondos abismales a toda velocidad, interrumpidos por secciones tribales y canales de fuzz que se estrechan hasta que solo ves negro. Un número bastante intenso que desemboca en el hiper-virulento “Play Dead”. Toma un poco de impulso y de repente te lleva por delante como una apisonadora con el depósito lleno de ácido y nitro. Te pega, te golpea, te grita en la cara y quieres más. Te sientes zarandeado por dos voces, vientre arriba sobre un yunque de forja, mientras ves el mazo caer sobre ti. Un engañoso final se esparce en miles de fragmentos, proyectando luz y color sobre estas paredes, y convirtiéndose en un precioso mural; el estribillo más bonito, pegadizo y derrotista que he tenido el privilegio de escuchar en años (esa caída vocal de la última sílaba <3)
“Be Rad Tomorrow” es una pequeña obra en tres movimientos. Comienza con un ambiente cálido e íntimo con melodías vaporosas y la voz de Hozoji impregnándolo todo de cualidades dream-pop, mientras regula intensidades que manipulan las válvulas de su batería. Es una amalgama de insistencia y taciturnidad. Esta indecisión se resuelve en el segundo fragmento, saliendo de las profundidades para elevarse por el cielo con melodías ligeras y espirales de reverb. Como el regreso de un viaje de verano, la vuelta a la realidad de la parte final es un viaje amodorrado en el asiento de atrás del coche. Cálido y perezoso, pero los tonos anaranjados y marrones se vuelven azules oscuro y negros una vez que la marcha militar orca de “Lay Waste, Child” comienza. Tribus de extrañas criaturas golpean parches de piel mientras chamanes en máscaras de hueso regurgitan melodías ominosas. La continua tensión y la agobiante sensación de retraso y síncopa hacen que respirar sea difícil. Diferentes variaciones de la misma pesadilla, se suceden mientras eres empujado sin remedio, a un vórtice morado que gira y gira mientras los gritos de los condenados te advierten.
Con la misma aura trágica y sensaciones nefarias, “Illegal Guardian” contiene las emociones de una relación que está desintegrándose. La sensación es gélida y azul acero; los diálogos monocordes se suceden. De algún modo, el gris te consume y miras las últimas páginas del calendario, deseando estar en ese momento cuando todo ya haya finalizado. La furia y lo inhumano surgen por sorpresa en la siguiente sección para avasallarnos con timbales que se precipitan uno tras otro como los pistones de una máquina colosal. El bajo dibuja un fondo tenebroso sobre el que la tensión nerviosa de la guitarra se retuerce y las voces alternan cantos de logia con aullidos y pasajes armonizados. Tras una maraña de ruido y distorsión, la canción resuelve en un pequeño pasaje folk y distante con la melodía del estribillo del siguiente tema, el single del disco, “Spider Jar”. Elegante, centelleante y melancólica. Sencillas melodías de voz reminiscences de unos Beatles devorados por el tedio suben y bajan por las estrofas hasta converger en un estribillo que se siente como dos olas chocando. Es refrescante, como la brisa de una noche de verano y te llena. Estrofa, estribillo, estrofa y estribillo. No tiene ni necesita más.
Tras la contención, “Pleasure Torture” se siente experimental. Diferentes partes se suceden en un breve lapso de tiempo. Bajos cósmicos, sacudidas de punk ochentero, el siempre presente océano y ruido disfrazado de guitarra. Un auténtico desahogo para los sentidos, antes de volver a sumergirnos en la claustrofobia. “Pandemic”, que se mece hastiado, avanza sobre melodías que susurran como una conversación justo antes de amanecer. Todo es distancia fría y texturas planas desde la comodidad del hábito de la derrota. Si algún día piensas que has dejado de sentir, escucha esta canción mirando fotos antiguas mientras los demás duermen.
“Noctiluca” se termina con “Word Problem”, otro milpiés mecánico caminando sobre parches de batería y un bajo tan denso que hace que al disco le cueste girar. La guitarra corta el aire con riffs simples e inmensos mientras una capa ondulante de ruido distorsionado permanece de principio a fin, tensando los ya tirantes tendones de la mandíbula. Tras tanta contención en los últimos cortes, el ruido y la virulencia se abren camino a la fuerza hasta los últimos segundos del disco.
Cuando todo termina respiras hondo para liberarte de tanta tristeza y ponzoña, recuerdas momentos luminosos y enérgicos, pero ahora te parece que han sucedido hace mucho tiempo. No recuerdas que las cosas se sintiesen así antes. La sensación es incómoda, te hace sentir desdoblado de tu realidad. Y lo único que puedes hacer es volver a darle al play.
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