Clásicos del Género: Opeth – «Blackwater Park» (2001)
Progressive Metal
(Koch Records)
El metal progresivo es uno de esos géneros dónde podemos escuchar la excelencia de cada músico en todas sus vertientes, prósperas oberturas para un estilo evolucionado el cual lleva mucho desarrollo tras de él. También es verdad que es un género que no solemos tocar mucho por estos parajes pero eso no quita que esa música caracterizada de tanta personalidad se convierte en un atractivo para cualquier amante de un estilo tan prestigioso.
Llamar a este disco clásico no es del todo tan cierto, hablamos de un trabajo que tiene poco más de 13 años pero si es cierto que la gesta lograda por los suecos Opeth en 2001 es uno de esos trabajos que solo los años que han pasado le han dado un valor incalculable. Hoy entra en nuestra sección “Clásicos del Género”, un gigante llamado “Blackwater Park”.
Tuvo que pasar una década para que Mikael Akerfeldt y los suyos dieron un paso evolutivo entre el puente que une éste género con otros más extremos como el death metal, este es el mayor atractivo para el quinto álbum de estudio de la banda de Gotemburgo. No sólo hablamos de uno de los mejores discos del metal progresivo de la historia, también hablamos de un álbum que entró en vanguardia por aquella época, el encanto que emanaba cada uno de los pasajes compuestos por los nórdicos daba una inyección de innovación, una bocanada de aire fresco que lo convertiría en un pionero instantáneo y la razón de ser de muchas bandas en la actualidad. Toda una influencia y una lección magistral a la música con mayúsculas.
Opeth es una de esas bandas que su éxito radica en llevar su esencia a otro nivel con cada nuevo disco. “The Leper Affinity” con esos primeros segundos ya ponen la piel de gallina. No existe una banda metalera que sea capaz de atravesar el abismo entre la belleza y la brutalidad con tanta confianza como lo hace Opeth. Los suecos se abrazan a la complejidad y el romanticismo de los años 70 cuando el estilo progresivo mostrado por la explosión que supuso la innovación de “In The Court Of The Crimson King”, se convertía en uno de los máximos exponentes para años venideros y sobre todo para bandas como Opeth. El tema en cuestión te mete en el sueño de este disco empezando por esta grandeza del metal europeo, la excusa de estas 5 mentes psicóticas fabrican su novena sinfonía con unas melodías asonantes que rezuman complejidad y belleza a la vez. Una atracción a raudales propia de la demencia de cualquiera que llega a su maravilloso desenlace con el desvanecimiento final del piano transformando esta pieza maestra en algo inolvidable.
“Bleak” o “Harvest” pueden ser ejemplos perfectos para el pliegue de pasajes acústicos con los eléctricos, furiosos blastbeats, tonos limpios y esas armonías que extienden en sus largas suites, todas ellas ricamente detalladas y llevadas a la perfección. La insultante belleza que despierta “Bleak” con la pasional voz de un Mikael entregado se extiende con la fría y hermosa “Harvest”, uno de los clímax acústicos más culminantes del trabajo terminando con la primera parte de “The Drappery Falls” que arriba en el final de este pasadizo enigmático y mágico que habita en medio de “Blackwater Park”. La segunda parte de este tema vuelve a dejar una vez más la clarividencia que tiene esa locura existencial con todo el poderío, el músculo y la fuerza bruta de Opeth poblada por una gran cantidad de sonidos fantasmales cargada de transiciones de seda suave que recorren las entrañas del álbum.
Está claro que las ideas de la banda son de lo más ambiciosas, su método de lo más vanguardista pero “Blackwater Park” no sería lo que es hoy en día de no ser por el productor Steven Wilson, quién también es el guitarrista de la banda progresiva Porcupine Tree. Las mezclas son amplias y detalladas, las texturas acústicas y eléctricas fluyen a las mil maravillas, y es el propio productor quién añade esa profundidad al conjunto de las 8 canciones que abundan por este parque sombrío que se puede visionar en cuatro dimensiones.
La música de los suecos se conecta a un nivel que pocas bandas han obtenido nunca. A ese nivel, su arte solo puede expresar un sentimiento y el único sentimiento es escucharlo. Opeth es la banda sonora perfecta que podrían aportar clásicos inmortales como Bach, Mozart o el mismo Ludwig Van si los traemos de vuelta al siglo XXI.
Los primeros acordes que suenan en los comienzos de “The Dirge Of November” parecen tocados por el mítico Stanley Jordan pero nada más lejos de la realidad, pocos segundos después la tormenta instrumental que liberan los suecos, descarga toda su furia para volver a llenarnos de riffs prodigiosos y momentos emblemáticos. Los gritos demoníacos vuelven con “The Funeral Portrait” y a su vez, la versión depositada por los nórdicos en los primeros instantes con la canción inicial del disco.
El desenlace del disco alcanza uno de los extremos más grandes de la discografía de Opeth, “Blackwater Park” y sus más de 12 minutos rozan la eminencia, una demostración de destreza fantástica dentro de sus composiciones por parte de la talentosa formación. Digamos que es la mayor razón para distinguir que Opeth se encontraba en el máximo apogeo de sus poderes.
Este disco es la definición perfecta de la esencia del metal progresivo o lo que el mismo género da como resultado, la reconstrucción de un rompecabezas. Un remolino de ideas desproporcionado elevado a la extrema potencia y personificada con la mejor belleza. Olvídense de todos los adjetivos y piropos que les he dado, nada tiene mayor encanto que la primera escucha que se le puede dar a “Blackwater Park” un extenso océano de matices y destellos propios para asombrarte y definir a una de las bandas más virtuosas que ha generado la escena del metal europeo. Un álbum que lleva su sello, hablar de Opeth es hablar de “Blackwater Park” el mejor trabajo de la discografía de los suecos, o lo que es lo mismo decir, un grande que camina sobre gigantes.
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