Crónica Pylar + Hermanos Peláez (La Faena II, Madrid)
Hay un callejón invisible que cae hasta las entrañas de Madrid, situado allá dónde los ojos de los vulgares no podrían adivinar. Las puertas solo se abren si tu voluntad es firme y si los angostos caminos de las vibraciones más abyectas han sellado tu destino a este lugar. Miro al interior, sobreponiéndome a unos fugaces relámpagos de un terror desconocido. Respiro entonces el humo tenebroso que inunda este sótano tétrico, alejado de la realidad mundana que ocurre impasible sobre él. Pongo un pie dentro y la chispa de mi mechero ilumina la antesala. Se puede leer en la pared: “La Faena II”, y una gran mano pintada a su lado, mucho más grande que la de cualquier ser humano. Esta noche solo acudirán espíritus olvidados, entes que preceden a toda historia conocida, enigmas revestidos de misterio. La oscuridad nos abraza. Somos recibidos.
PARTE I:
Avanzo hasta la estancia principal. El círculo de velas rodea dos teclados dispuestos en un recoveco de sacro púlpito. Elevados ante ellos, dos cultores de aspecto funesto preparan el inicio del ritual, con cánticos clericales deslizándose por las paredes. Se hacen llamar Hermanos Peláez.
Los rayos de Luna iluminan los pocos claros que ha perdonado un bosque de árboles viejos. El viento que resbala desde los Cárpatos, imponentes sobre la oscuridad del horizonte, acaricia triste y sombrío las copas de los pinos. Ojeo mi alrededor, tratando de recomponerme, buscando alguna respuesta que me ayude a comprender por qué me he despertado en mitad de este bosque de misterio. Empiezo a escuchar un sonido fantasmagórico, comienza a llamarme entre la arboleda, desde la profundidad de la noche. Poseído por una fuerza sobrenatural, emprendo camino hacia lo desconocido, hacia algo que suena como órganos de una iglesia antigua en la lejanía. Las teclas se entrelazan entre ellas, concatenando notas en una fantasía que aterrorizaría al propio Bram Stoker. Sin embargo, noto una calma decantándose en mi interior a medida que voy avanzando en melodías lentas, oscuras, graves… dulces y embriagadoras.
He perdido la noción del tiempo. Como un marinero guiado por el embaucador canto de las sirenas, he caminado dominado por el embrujo hasta este claro en el que ahora me siento, y observo pasmado un edificio derruido sobre la colina. De ahí emana esta música espantosa, terrorífica. ¡Es de las manos de los Hermanos Peláez donde es invocado este apocalipsis dracúleo! ¡Sus manos son guiadas por el mismo Belcebú en este baile, en este dúo siniestro de órganos! ¡He de volver en mí!
Trato de levantarme y huir. De las ruinas surge una espiral negra, en una melodía que se repite cada vez con más intensidad. Puedo ver un ser informe, de proporciones bíblicas, elevándose sobre el denso bosque que rodea el monte. ¡Su nombre es Fo! Todos los músculos de mi cuerpo se quedan atenazados al ver unas fauces fantasmales que se abren en los cielos y al cerrarse… devoran la Luna.
Silencio y oscuridad.
PARTE II:
Vuelvo a oír mi respiración.
Una mano me toca la espalda. Me giro y una presencia ausente de luz cruza por mi lado, despertándome de un sueño insondable. Apenas puedo encenderme un cigarro, sin saber muy bien qué es lo que ha pasado. Miro a mi alrededor, y reconozco el sótano, ahora distinto. Un campo de energía arcana envuelve la habitación, el subterráneo palpita en el ocultismo que encierra esta noche de sábado, en la que ese mundo que hay sobre nosotros queda embobado ante el gran circo de las pantallas. A mí alrededor, El Numinoso Círculo Atlante se congregaba silencioso y lúgubre ante el lugar de invocación, frente al vórtice donde será transmutado el poder primigenio. Como uno más, me dispuse en el sitio que me había sido otorgado por la presencia superior. Me rodean aquellas entidades que han atravesado los infinitos eones de este universo, regresando ahora encerradas en carne, piel y huesos.
El colectivo Pylar, transferido bajo susurros a través de las épocas, nos trae del olvido un capítulo enterrado en la noche de los tiempos: “Pyedra”.
Desde el extremo de la locura, en una insensata procesión, atraviesan el humo seres que se esconden bajo atuendos de pesadilla. Reminiscencias de tiempos prehumanos marchitan mi pecho cuando los ojos de aquellas máscaras me fulminan desde el umbral. Una vez asentada la unidad pentadimensional, es cuando comienza a escucharse la percusión. Un ritmo cortante, repetitivo, en una conjugación cosmológica de silencio y vibraciones que han sido abandonadas en la cuneta de los milenios. Sin permiso otorgado, voces monstruosas empiezan a colarse por mi mente y a pronunciar en el argot más ignoto.
“Atravesar el umbral que te lleva a la demencia es el único camino para acceder allí donde la razón se muestra impotente ante las fuerzas atávicas que habitan en lo más profundo de nuestra mente”
Un enorme menhir desgarra la realidad para abrir un pasadizo hacia el plano alquímico, canalizado a través de una guitarra de distorsión rocosa y textura doom. No puedo dejar de mirar cómo un violín y un instrumento de viento con forma de tuba, danzan frente al portal de infinitud, mientras la cabeza de pájaro alza los brazos hacia la ventisca que rugía en un esoterismo inefable. Todo a mi alrededor tiembla, se deshace en un terremoto, y los acólitos son violentamente engullidos por la vorágine del enigma. Pylar se transfigura en una cascada de visiones en la bruma…
Bloques inmensos de granito flotan sobre aguas embravecidas. Templos arcaicos se erigen y simultáneamente son destruidos. ¡Una tormenta de palabras temibles, confusas para mis tímpanos humanos, son cognoscidas por algo que habita en mi interior! ¡Peñascos enormes desprendiéndose de cordilleras ciclópeas! ¡Meteoros estrellándose contra llanuras yermas! ¡Explosión de lava y mineral! ¡Combate de placas tectónicas! ¡Colisiones planetarias! ¡Choque de galaxias! ¡Visiones de un pasado, presente y futuro que se derriten en un único mecanismo!
En su regazo, me sostiene la existencia misma, como a un bebé. No puedo ver su cara, pero puedo sentir la estoicidad de su gesto. De tacto frío, pétreo, es una estatua monolítica, descomunal. Mi tamaño es microscópico, tan solo un diminuto grano de arena en la orilla cósmica. No puedo ver su cara, pero sé que su mirada se posa sobre mí.
Escucho aún los ecos perdidos, el mensaje primitivo de Pylar.
Ahora soy uno con el todo.
Ahora soy parte del Numinoso Círculo Atlante.
Crónica: Aston Wirz
Fotos y vídeos: Káiron Vinicius
Sala: La Faena II
Fecha: 03-06-2017